martes, 30 de agosto de 2022

BIKINI BABY

 

Imitar
Del lat. imitāri.
1. tr. Ejecutar algo a ejemplo o semejanza de otra cosa.
2. tr. Dicho de una cosa: Parecerse, asemejarse a otra.
3. tr. Hacer o esforzarse por hacer algo lo mismo que otro o según el estilo de otro.

 
Cuando de adolescente empecé a interesarme por el mundo del cine y en concreto por sus estrellas, mis opiniones personales con respecto a ellas no eran para nada objetivas: si bien es verdad que Marilyn Monroe no me sedujo tanto como a la mayoría, esto no me impedía arremeter contra sus imitadoras. ¡Siempre he valorado más un buen original a una copia, por muy excelente que ésta fuera!
 
Cuando en 1953 Monroe se convirtió en todo un icono sexual y una de las estrellas más exitosas de Hollywood, aparecieron de la “nada” una serie de rubias a su imagen y semejanza. Las más populares fueron Jayne Mansfield y Mamie Van Doren que junto con Monroe fueron conocidas como “Las tres eMes”. La respuesta británica a tal despliegue de tinte platino fue: Diana Dors.

 
“Fui el primer símbolo sexual de cosecha propia, algo así como las pícaras postales costeras de Gran Bretaña.”
 
Y he aquí, que con el discurrir del tiempo, descubres que Monroe para nada fue la rubia original. Ya Hollywood contaba con un buen surtido de estrellas platinadas antes de la aparición de Marilyn: Jean Harlow, Betty Grable, Lana Turner, por lo que menospreciar, como solía hacer, a las supuestas imitadoras de tan rotundo icono, era del todo inapropiado cuando el “original” anduvo el mismo camino que las mencionadas.
 
Si una cosa buena me ha traído el Covid-19 es (como posiblemente repetiré en futuros escritos) descubrir películas que ni conocía, redescubrir otras que tenía olvidadas y por añadidura, volver a disfrutar de muchas estrellas tanto conocidas como desconocidas por mí y valorarlas en su justa medida.

Una futura "Blonde Bombshell".
 
“No hay nada más precioso en este mundo que el sentimiento
de ser querido.”
 
A Diana Dors la conocía gracias a sus interpretaciones en películas de “horror” como: Berserk! (El circo del crimen, 1968) junto a Joan Crawford o Theatre of Blood (Matar o no matar, este es el problema, 1973) con el gran Vincent Price y sus papeles secundarios en múltiples producciones de poca calidad.
 
Al igual que hice con Mansfield y Van Doren, decidí ver algunas películas de esta “Blonde Bombshell” y ver qué tan imitadora era de Monroe, de la que por cierto he visto y tengo todas sus películas.


 
“Cuando se proyectó aquí la primera película de Marilyn Monroe (The Asphalt Jungle, 1950), un columnista escribió: 'Cuánto se parece a nuestra Diana Dors'.”
 
Y llegó el día, al ser mi fiel Escolopendra tan aficionada a Vincent Price como yo, en el que programé en mi televisión Theatre of Blood. Acostumbrada al glamour de los años 30 y 40 que nos ha acompañado durante casi dos años, se quedó estupefacta al contemplar a la Dors, que no estaba, todo hay que decirlo, en su mejor momento físico. Me propuse quitarle esa mala impresión y convencerla de que era una verdadera “Blonde Bombshell”. Como errar es de humanos, me salió el tiro por la culata cuando vimos Berserk! ¡No se muy bien en que estaría yo pensando!

Las manos de Vincent Price no le deparan nada bueno
a Diana Dors en Theatre of Blood

Como Matilda en Berserk!
Dada mi afición a los animalitos, volví a “meter la pata”. Olvidé mi propósito solo por ver las aventuras de un caimán en la comedia An Alligator Named Daisy (Un caimán llamado Daisy, 1955). Diana Dors es la prometida del protagonista, un muchacho que se hace cargo de un caimán que ha sido “abandonado”. Por supuesto “Daisy” creará el caos allá por donde pasa y, si no eres muy exigente, te echarás unas risas. A destacar, otra cosa que me sedujo de la película, la aparición de Margaret Rutherford, una suerte de telépata que se comunica con los animales. ¡Sin dudar lo mejor del film!

Donald Sinden más pendiente de Daisy
que de su prometida.

 “Realmente, de todas las películas que he hecho, solo hay unas pocas de las que pueda sentirme orgullosa."
 
La popularidad en Crystal Lake de Diana Dors estaba bajo mínimos y complicada veía la cosa para convencer a Escolopendra Venenossa de que le diera una nueva oportunidad. Si por algo me caracterizo es por mi insistencia (llamémosle pesadez) y me encaminé hacía el éxito al decantarme por dos películas de cine negro: Tread Softly Stranger (1958) y Yield to the Night (Mientras espera la noche, 1956).

Apuntando maneras con el peculiar nombre de Calico
en Tread Softly Stranger.

La primera, Tread Softly Stranger, es un drama criminal donde Miss Dors aparece como una verdadera “Blonde Bombshell” siendo el vértice de un triángulo amoroso. Dos hermanos, uno de ellos jugador con múltiples deudas y el otro un simple empleado de una fundición, que se ven envueltos, gracias a nuestra rubia protagonista, en el robo de las nóminas de la fábrica en la que trabaja el segundo. Un plan que se supone será beneficioso para ella y termina siendo perjudicial para ellos.


 
“Basé mi carrera en el sexo: en los hombres, el sexo y el dinero,
en ese orden.”
 
Ya tenía prácticamente convencida a Escolopendra de que Dors era algo más que una rubia platinada y gracias a Yield to the Night, que descubrí casi por casualidad, logré por fin derribar sus prejuicios. Antes ya le había hablado de que además de actriz, no aprovechada como debería haberlo sido, era una efectiva cantante de swing (sus primeras grabaciones aparecieron en 1951) y que, aunque hizo sus pinitos en EEUU, decidió volver a su tierra natal, Inglaterra, donde sería una exitosa estrella y no una más como en Hollywood. Más tarde, demostró su talento tanto en televisión como en el teatro, en sus grabaciones discográficas y espectáculos de cabaret.

Como Mary Hilton en Yield to the Night.
 
Después de ver Yield to the Night, un drama carcelario del que no voy a decir mucho para evitar “spoilers”, pues es una película buenísima que recomiendo que veáis encarecidamente e imprescindible hacerlo en versión original subtitulada. He de decir que me llevé gran sorpresa con los comentarios de Escolopendra Venenossa que se había quedado con mal cuerpo (por la fantástica interpretación de Dors) después de verla: “Marilyn nunca habría hecho una película como ésta.” ¡Yo añado que ni hubiera podido!

Dors comentaba que hasta Yield to the Night todos pensaban
que era una "broma" en vez de una actriz.
 
“Me pidieron que cambiara mi nombre. Supongo que tenían miedo de que si mi verdadero nombre Diana Fluck aparecía en las marquesinas se fundiera una de las luces…”
 
Seguía comentándome Escolopendra que: “Diana Dors nos ofrece una magnífica interpretación llena de matices, de una atormentada mujer en la cárcel, y aparece sin maquillaje, despeinada, desmejorada, vestida con el uniforme de reclusa: en definitiva, su aspecto es totalmente realista, lo más alejado posible del glamour cinematográfico. Casi con toda seguridad Marilyn no hubiera aceptado jamás aparecer así en un film.” Como ejemplo, viene a mi memoria su papel en River of no return (Río sin retorno, 1954) dónde, a pesar de estar en plena naturaleza aparece perfectamente maquillada, al contrario de una (verdadera) reina del glamour como Marlene Dietrich que, en la pelea de salón en Destry rides again (Arizona, 1939), tras quedar para el arrastre, le echan por encima de la cabeza un cubo de agua de fregar el suelo.


 
Pese a que nos bombardean con el supuesto coeficiente intelectual de Monroe, aunque aclaro que esto también se le atribuye a Jayne Mansfield (¡Qué casualidad!), lo pongo en duda cuando Marilyn decidió montar su propia productora en 1954 para terminar haciendo El príncipe y la corista (The Prince and the Showgirl, 1957) que era más de lo mismo o cuando Billy Wilder la convenció de que eran pruebas de cámara, al ver unas imágenes en blanco y negro de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959), porque ella sólo hacía películas en: ¡Technicolor!… Con el éxito que tenía, podía haber hecho lo que quisiera, pero siguió con el estereotipo de rubia (básicamente) tonta.
 
"Pasados los 40 años no puedo seguir interpretando papeles de chicas glamurosas y fulanas para siempre."

 
La carrera de Dors no fue tan espectacular internacionalmente (en su país era otro cantar), pero sí que nos encontramos con papeles diversos, arriesgados y pequeñas joyas. Algo similar le sucedió a Mamie Van Doren o Cleo Moore en Hollywood, en parte gracias a la serie B que no era tan exigente con los temas comprometidos de los guiones, si bien las películas no eran muy buenas en realización, por el contrario, los argumentos eran espinosos y muy alejados de los papeles interpretados por Monroe.

"Es agradable ser importante, pero es más importante ser agradable."

¡Venenosos Salu2 desde Crystal Lake!
Todas las fotos colección del autor.
 

domingo, 31 de julio de 2022

EL PRECIO DE HOLLYWOOD

Retomo después de una pausa de más de un año y medio Sopa de Mitos, tiempo este en el que me he dedicado a ver día tras día una película clásica (como comenté, creo, en una entrada anterior), preferentemente pre-code. El periodo pre-code comprende las películas realizadas desde finales de los años 20 hasta julio de 1934, momento en el que la censura se endureció tras las demandas de la iglesia católica.

James Cagney admirando la lencería de Joan Blondell
en
Blonde Crazy (1931)

Tanto para el que esto escribe como para su fiel Escolopendra Venenosa, este periodo nos abrió los ojos a una serie de películas en las que las insinuaciones sexuales, la jerga grosera, las drogas, la violencia, la infidelidad y la promiscuidad, el aborto, la homosexualidad y las relaciones interraciales eran moneda común. Además fueron producciones mayoritariamente dominadas por personajes femeninos que estaban de vuelta de todo.

Ann Dvorak drogadicta e infiel en Three on a Match (1932)

Esta pequeña introducción me da pie para señalar que, gracias a estos filmes, he descubierto o en muchos casos redescubierto a un sinnúmero de estrellas, hoy prácticamente olvidadas, que eclipsan de manera significativa a las que han llegado a nuestros días. Katharine Hepburn, Greta Garbo, Bette Davis, Cary Grant, Humphrey Bogart, Audrey Hepburn, Marilyn Monroe, Marlon Brando… ¡Vamos, las que prácticamente todo el mundo menciona cuando se les pregunta sobre estrellas clásicas!

Claudette Colbert como Popea en El Signo de la Cruz
(The Sign of the Cross, 1932)

Aquí me reafirmo en mi postura de que el cine actual, en principio, no vale un pimiento. No solo que para mí no existen personalidades de la talla de las estrellas clásicas, sino que ya está todo más que inventado. Por poner un ejemplo: muchos recordareis la película de 2013 El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street) dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por Leonardo DiCaprio, pero lo que no se si sabíais es que ya existía una versión de 1932 titulada High Pressure con William Powell. Ante una historia basada en las memorias del corredor de bolsa Jordan Belfort, no podemos decir nada. Cualquiera puede hacer su propia versión, pero lo que nos dejó ojipláticos, tanto a Escolopendra como a mí, fue descubrir que la creatividad de Scorsese se fundamentase en copiar plano a plano la mencionada versión. ¡Ver para creer!

William Powell en Alta Presión (High Pressure, 1932)

Este tiempo dedicado a ver dichas películas también ha influido en mi afición al coleccionismo. He abierto mi campo de visión “aparcando” a mis habituales: Marlene Dietrich, Hedy Lamarr, Gary Cooper, Rita Hayworth, etc., ampliando de manera insospechada mis gustos y lo que es más importante: mi opinión crítica. La inflexible adolescencia dio paso a la madurez objetiva.

Constance Bennett junto a Tyrell Davis en Our Betters (1933)

Con esta premisa no es de extrañar que las estrellas que dominan Crystal Lake estén más que sublevadas, diría que incluso cabreadas, al tener que compartir mi atención con otras estrellas por las que no había mostrado el debido interés. Quizás se han dado cuenta que he descubierto que existen actores y actrices mucho mejores que ellos.

Miriam Hopkins a punto de ser violada por Jack La Rue
en The Story Of Temple Drake (1933)

Antes de continuar, he de aclarar que todos los mencionados en estas líneas o a los que mencionaré en futuras entradas, excepto casos concretos, siguen siendo santas y santos de mi devoción. Poseer talento en mayor o menor medida, no imposibilita para que uno no pueda convertirse en todo un icono.

Greta Garbo besando a Elizabeth Young en
La reina Cristina de Suecia (Queen Christina, 1933)

A estas alturas de la “película” bien puedo decir que sustituiría de buen grado a Cary Grant por William Powell, a Carole Lombard por Constance Bennett, a Rita Hayworth por Ann Sheridan, a Humphrey Bogart por George Raft y que he “alucinado” con estrellas tan dispares como Robert Armstrong, Warner Baxter, Joan Blondell, Ruth Chatterton, Walter Huston, Ida Lupino, Paul Muni y un largo etcétera.

Desnudos masculinos en la escena del gimnasio
de Search for Beauty (1934)

Dejémonos seducir por el rugido de Leo el león de la Metro, la fanfarria de 20th Century-Fox y por la montaña de la Paramount, de los gloriosos años dorados de Hollywood.

¡Venenosos Salu2 desde Crystal Lake!