En estos tiempos que corren
donde prácticamente todos los valores se han perdido, es difícil mirar hacia el
futuro evitando evocar tiempos y escenas pasadas.
Joan Crawford pasando la tarde de domingo |
No soy quien para dar lecciones
de Glamour pero, enlazando con mi entrada anterior no puedo evitar dar mi punto
de vista al respecto. Para ser un mito, se ha de alimentar el misterio y
dejarse de tonterías. Cuando menos se cuida una imagen pública, menos atractiva
resulta para el ciudadano de a pie.
Si lo que pretendemos es
desconectar de nuestros problemas del día a día, poca gracia te hace
encontrarte al salir del super a la estrellita de turno sin maquillaje, sin
clase y encima con aires de grandeza.
Marlene descansando después de un agotador día |
No se puede vivir en la
nostalgia eternamente, no es sano y no procede, pero en algunas ocasiones es
necesario para poder escapar de la realidad que nos rodea.
Esto lo sabían muy
bien los pioneros de la industria cinematográfica.
Una fuente principal de
escapismo era el cine. Como he dicho en más de una ocasión, fue en su día una fábrica
de sueños y alimento fundamental de las masas.
Jean Harlow preparada para dar un paseo en coche |
Durante los años siguientes a
la invención del cinematógrafo, las películas eran fantasías sin el menor
contacto con la realidad, no existía el concepto de “sex-appeal”, desconocido
por los primeros intérpretes. La Primera Guerra Mundial dejó a muchas personas
solas, principalmente mujeres, dándolas mayor libertad y un nuevo estilo de
vida, lo que favoreció la creación de lugares de diversión baratos y menos
formales que el teatro por ejemplo.
Rita practicando bici-pisci... |
En la década de los años 20 los
productores más astutos se habían dado cuenta ya, que determinados interpretes atraían al público hacía sus películas, por lo que comenzaron a cuidarse las
producciones, dándoles al público lo que querían.
Con el hallazgo del sonoro, el
cine siguió dominando el mercado del entretenimiento y los años 30 significaron
para Hollywood su momento de mayor esplendor. De hecho la crisis económica favoreció
la popularidad del cine aun más como espectáculo de evasión barato.
Hedy encantada con el trinar de las aves |
Circunstancias políticas conocidas
por todos, bien entrados los años 30, favorecieron la emigración de artistas
europeos que añadieron a Hollywood un aura de misterio y exotismo que
desencadeno en el llamado Glamour.
Hollywood popularizó entonces el
Star System. Sus estrellas y producciones, con románticas e idealizadas imágenes,
glorificaron los tradicionales sueños de éxito frente a la depresión que
afectaba al país.
Dorothy Lamour de barbacoa |
En aquella época “Ir a
Hollywood”, indicaba una fantástica calidad, un aire sofisticado ligeramente
artificial, con un toque de dramatismo, separando ilusión de realidad. Donde se
igualaba la creencia de la estrella con las mágicas imágenes manufacturadas por
el estudio. El público pedía a estos grandes fantasías por 25 centavos.
Los estudios tenían el tiempo
y el dinero necesario para hallar y pulir a futuras estrellas y contaban con
una serie de artistas dedicados a diseñar una imagen sofisticada o
sencillamente atractiva para el público, proporcionándoles diversión y libertad
emocional.
Carole Lombard retozando en la piscina |
Durante esa época el término
Glamour se utilizaba para designar a algunas estrellas femeninas. West,
Lombard, Dietrich, Harlow, Garbo, Crawford… La personalidad, el carisma, el
estilo y la belleza de estas estrellas, fue copiado por millones de mujeres y
enamoró a otros tantos hombres. Estilo este que ofrecía una indefinible
atracción, generado por un pequeño grupo de creativos repartido por los
diferentes estudios, que cuidaban tanto sus vehículos de lucimiento como sus
apariciones públicas.
Dolores adiestrando a su perrito |
En la actualidad, no hay
programa de tv o revista, sea dominical de un periódico o del corazón, que te
cuenten con todo lujo de detalles el día a día de estas “carismáticas personalidades”
que no conocen ni el carisma ni el Glamour ni de lejos.
Maria Montez dejándose querer |
Su imagen pública como dije en
la entrada anterior, se abarata hasta grados tales que terminan por aburrir
hasta al más firme mitómano que se precie.
Impensable en la época dorada
del cine encontrarte a una Dietrich saliendo de compras sin haber calculado previamente
hasta el más mínimo detalle de su apariencia, midiendo como si fuera un tesoro
de incalculable valor cualquier gesto por nimio que fuese.
Ahora, cuando llegue la época
de los Goya o los Oscar, como siempre me llevaré las manos a la cabeza y me reiré
a carcajadas cuando se les llene la boca de hablarnos del Glamour del cine.
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