martes, 11 de diciembre de 2018

POR LA CARIDAD ENTRA LA PESTE


Empatía
A partir del gr. ἐμπάθεια empátheia.
1. f. Sentimiento de identificación con algo o alguien.
2. f. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.

¡Muchos se llevaran las manos a la cabeza después de leer esta entrada!
Para empezar la definición de Empatía es toda una declaración de intenciones. Tengo un sentimiento de identificación con “algo”. Este “algo” desde luego son todos los seres vivos del reino Animalia, exceptuando como ya sabréis por otras ocasiones, algún primate homínido y al Homo sapiens.

En una sociedad tan hipócrita como la nuestra, pocas veces te encuentras con alguien que diga lo que piensa. Normalmente se dice lo políticamente correcto aunque uno piense todo lo contrario. Pesa mucho el tener miedo al qué dirán los demás y la mayoría prefiere estar dentro de lo que se acepta como normal y no ser un outsider o ser considerado algo peor.

Como en parte me da igual lo que piensen los demás sobre mí, suelo soltar algunas perlas por mi boca que le ponen la cara colorada o más bien morada a Escolopendra Venenosa, aunque ella no es la más indicada para llamarme la atención, cuando con sus forcípulas inyecta veneno a diestro y siniestro sobre arañas, cucarachas, grillos, saltamontes, escarabajos, caracoles, ratones, lagartijas y un largo etcétera. Mejor no sigo: ¿verdad querida Escolopendra? ¡Eres muy dañina con los pobres artrópodos!

Siempre hay alguien que ve la paja en ojo ajeno.
En ocasiones mi buena educación me impide decir lo que pienso, pero no por el qué dirán si no más bien por no herir sensibilidades o que malinterpreten mis palabras, pero no tengo reparos en decir abiertamente que mi empatía hacia otros seres humanos es nula y que la tengo muy desarrollada hacía el resto de seres vivos. En cuanto a otros pensamientos, digamos incómodos o difíciles, los dejo para la élite de mis amistades.

No es que no me sienta nada por ninguna persona, pero es que mi radio de empatía se circunscribe a mi pareja, mi familia, unos pocos amigos y algunos conocidos. Me identifico más con, por ejemplo mi perro Frankie, que con cualquier persona de mí alrededor y no hablemos ya del resto del mundo. Para el caso tengo la misma comunicación con mi perro que con una persona que hable en alemán, chino o incluso inglés.

¡Qué horror! pensaran muchos, ¿pero no es verdad que paso más tiempo con mi perro que, por ejemplo, con mi hermana pequeña? Incluso puedo afirmar que en estos momentos, paso más tiempo con los perros Frankie y Happy, Hedy LaRat y el gato Banshee aka Quasimodo, que con Escolopendra Venenossa.

Marnie estaba más interesada en su caballo que en su galán.
Una conversación típica que tuviesen con alguien como yo sería una cosa así:
-¡Lloraste más cuando se murió tu cobaya que cuando lo hizo el tío Genaro!
-Normal, a la cobaya la veía todos los días y al tío Genaro una vez al año como mucho y además era bastante desagradable.

Así que es normal que lo que pase más allá de mi círculo más próximo me produzca una total indiferencia. También he de decir que hay casos y casos, sobre todo si se trata de niños, aunque estos no me gusten lo más mínimo.

Las catástrofes naturales y hechos históricos que a muchos les producen espanto a mi me dejan frío. No he conocido a esas personas y es posible que si conociera a unas cuantas me caerían mal. No los individualizo. Es como cuando alguien come un filete. Sabe que pertenece a un ser vivo, pero no lo piensa y lo simplifica viéndolo como una cosa. No les ponen cara. Recuerdo de niño visitar granjas extensivas y ver los cerdos o las gallinas como una masa, no como individuos independientes, pues eso mismo me ocurre con las personas desde hace mucho tiempo: ¡No les pongo caras!

En ocasiones algunos niños me inspiran ternura.
En cuanto a los animales, tampoco me relaciono con todos los del mundo, pero a las personas las conozco muy bien y con eso me basta.

“Un perro tiene bondad en su corazón y dignidad en su comportamiento.
Las mejores cualidades que cualquiera puede tener.”
(Kay Francis)

Muchas veces pienso en la gente que sale a la calle a solidarizarse por cualquier causa y no son capaces de serlo con los que tienen al lado. En masa todo es muy fácil y queda muy bien para comentar en el trabajo o tomando un café. Pero luego: ¿has sido amable con la persona que te sirvió el café? ¿con el portero de tu edificio? ¿con la azafata del tren que te lleva la prensa en tu viaje? ¿has dado las gracias a la dependienta que te ayudó? ¿acudes a comprar un domingo a última hora sabiendo que esa persona tiene vida, a parte de estar ahí para ti y encima eres grosero con ella? Mi empatía termina cuando traspaso los límites de la colonia donde vivo, exceptuando cuando me relaciono con alguien fuera de mi círculo más cercano y es amable conmigo o me cae bien por alguna razón.

A la hora de relacionarme me da igual el sexo, el físico, la edad, las situaciones personales, las enfermedades… Mi afecto acaba cuando acaba mi paciencia. En eso soy como los gatos: puedo llegar a ser simpático, incluso (aunque me cueste) cariñoso, pero en milésimas de segundo puedo sacar las garras cuando me dan la brasa en exceso. En cualquier caso prefiero mantener las distancias. Algo que como me recordó un profesor hace muchos años ya hacía con 15 años: “eras muy distante”.

¡Lo que piensen de mí me lo paso por el Arc de Triomphe!
Hace poco tiempo coincidí en un curso con un grupo de chavales invidentes y me entró el “pánico”. ¿Tendría que ayudarlos? ¿Me tocarían? Esto último más que nada porque no aguanto bien que me toquen o abracen, sean conocidos o desconocidos. En el grupito había también dos mujeres de edad indefinida, una que parecía salida de un grupo de cheerleaders (esto es una licencia creativa) y la otra, que de lo espabilada que era, si hubiese tenido que competir en inteligencia con un chorlito, seguro que ganaba el chorlito por goleada. Ni se me ocurriría emparejarla con un cefalópodo porque ni siquiera tendríamos que organizar una competición.

Las dos no paraban de parlotear sobre lo majos que eran los invidentes, lo complicado que era para ellos el día a día y como se las arreglaban para integrarse. Asombradas estaban. Yo me mantenía al margen de todo. A la hora de salir del curso, ya de noche, debíamos caminar hasta el metro, según el paso, durante unos diez minutos, por calles que no estaban en su mejor momento, aunque tengamos un Ayto, que publicita que todo está mejor. Los invidentes evidentemente tardaban más. ¿Quién era el que los acompañaba hasta el metro ayudándoles y vigilando sus movimientos? Pues un servidor, porque estas señoritas tan “solidarias” salían de allí como alma que lleva el diablo sin mirar atrás. Lo más curioso es que cuando estábamos en el centro, rodeados de gente, estaban muy pendientes de ellos.

Se nos llena la boca de decir lo mucho que nos gusta ayudar a los demás, pero a la hora de la verdad la empatía brilla por su ausencia.

Dos muchachas muy solidarias...
Una cosa que a mí me da igual es que se solidaricen conmigo. Principalmente porque no voy contando mis penas por ahí y si lo hago es en contadas ocasiones y para que mi índice de explosividad volcánica no supere el nivel 6 o lo que es lo mismo: ¡colosal!. Es una forma de relajarme e intercambiar puntos de vista distintos al mío. No busco nada más. ¡Fuera hombros donde llorar, fuera victimismo!

En este punto retomo algo que apunté en mi entrada anterior dedicada a Greta Garbo: ¡hay que andarse con mucho ojo con la gente que dice quererte mucho!

Cuando montamos nuestro pequeño negocio, recibimos parabienes de muchas personas y también de este tipo de personas, de las que no paran de decirte que te quieren mucho. Luego estas mismas personas pedían firmas o compartían todo tipo de cosas por las redes sociales, llegando hasta el punto de compartir eventos de negocios similares al nuestro. ¿Alguna vez se acordaron de nosotros? Nunca. No me importa en absoluto, lo que me molesta es que luego van de solidarios pero no se acuerdan de los más cercanos. La cosa es colgarse medallas y ser más que nadie.

¿Quién no ha sufrido con las aventuras de Lassie?
Estos dos pequeños casos que he vivido en primera persona son una muestra del tipo de sociedad que tenemos. No lo digo desde el rencor, es que soy muy observador y excesivamente crítico. Conclusión: ¡cada uno va a lo suyo pero nos cuesta reconocerlo!

Aunque soy una persona muy habladora, para las cosas importantes soy parco en palabras. No hablo más de la cuenta si no estoy seguro de que pueda cumplir una promesa. Me gusta más actuar que prometer. Posiblemente he actuado poco, pero cuando lo he hecho lo hice de verdad y no por esperar nada de vuelta.

Hace también unos cuantos años, mi querida Bamba Negra tuvo que verse las caras con la empresa que la había despedido malamente en un juzgado. Se suponía que acudirían algunas personas para apoyarla o eso le dijeron. Yo no me encontraba entre ellas, pero averigüé sibilinamente dónde y cuándo se celebraba tan magno evento y allí que aparecí sin que la protagonista lo esperase. Puede que mi imaginación me traicione pero así lo recuerdo yo. En cualquier caso la protagonista pude dar su versión de los hechos ya que está vivita y coleando y lo que es más importante: ¡sigo manteniendo buena relación con ella!

Unos crían la fama y otros cardan la lana.
A veces también hago cosas porque me las piden como favor personal, pero siempre y cuando me apetezcan, no supongan una obligación o un trastorno en mi rutina. En general estoy más a gusto jugando el papel de que nadie espere nada de mí. Prefiero responder una vez que decepcionar mil veces.

Venenosos salu2 desde Crystal Lake!
Todas las fotos colección del autor.

“Todos sabemos que todos tenemos problemas, ¿pero a quién le importa excepto a nosotros?, ¿y por qué contárselos a otros?”
Joan Crawford

"Para qué recordar una cara si la vida es efímera y breve."
Una "vecina" de mi barrio

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