Ayer me pasó un hecho insólito…
A estas alturas ya sabéis que
soy un ser de costumbres, muchas de ellas compartidas con mi amiga Carmen
Munsters. Una cita obligada que mantenemos durante décadas es acudir juntos al
estreno de la última película de Almodovar, de la que ella es gran admiradora
como puede atestiguar Escolopendra Venenossa.
A lo que voy: ayer acudimos
nerviosos a ver “Los amantes pasajeros” con desiguales expectativas. Ella se
niega a leer, ver o escuchar cualquier comentario, noticia o critica hasta ver
la película para no hacerse una idea preconcebida al respecto. A mí las
opiniones, criticas y demás no me influyen en absoluto (tanto de amigos como de
enemigos) para que algo me guste o no.
Antes de entrar en la sala, situada en la calle Fuencarral, fuimos a tomar un aperitivo en un bar de la zona.
El típico madrileño con decoración años 70 por lo menos y allí compartimos impresiones
ajenas al inminente estreno.
En un momento de la amena charla
entre cañas y bravas, como suele ser habitual en esas situaciones, la Munsters
se ausento breves momentos para ir al aseo, lo que me dejo tiempo para observar
detenidamente el lugar, a la parroquia, a los camareros y a unos sorprendentes
limones que parecía me sonreían maleficamente desde su cesta…
Aunque solo me había tomado
una caña, mi cerebro analizó tan rocambolesca impresión y zanjó la cuestión
pensando que los efectos del alcohol (aunque no suelo beber mucho o por eso
mismo) me habían jugado una mala pasada. Carmen volvió y nos encaminamos al cine…
Un horita y media después volvimos al mismo bar a comentar objetivamente el nuevo film. Munsters (a la que había observado durante la proyección) estaba más tensa que de costumbre y sin anestesia ni nada me soltó a bocajarro que la película no le había gustado casi nada. ¡¡Me dejó realmente desconcertado!!
Me di cuenta que en su primera
vista al baño algo había sucedido y me la habían cambiado. Volvimos a tomar las
respectivas cañas y algo de picar, servido por unos camareros realmente amables
y relucientemente uniformados.
Mientras consumíamos, ella una empanadilla que por
lo que sucedió posiblemente fuera de Texas y yo un sándwich vegetal a rebosar
de una temible mahonesa que ponía en peligro mi aerodinámica figura y mi
control mental ante tan adictivo manjar, volvió a bajar al aseo…
En ese instante los limones
empezaron a girar a la velocidad de la luz y la barra del bar de forma sinuosa
como una serpiente, empezó a vibrar y a transformarse en un cuadro de mandos con
sus brillantes lucecitas, como de una nave espacial tipo Star Trek se tratara.
En cuando regresó, venciendo
mi temor a los baños públicos (sobre todo de aeropuertos y multicines), temor
este que tengo desde que vi “Único testigo”, bajé rápidamente las escaleras y
casi me doy de bruces con un limón antropomórfico y un tanto baboso que se
estaba metamorfoseando en mi gran amiga.
Ante mis ojos el bar se
presentaba con la estética de nuestra primera visita. Gracias a mis esfuerzos por
sacarla de su trance, hacerla ver mis sospechas sobre los limones, los
camareros y la disimulada nave nodriza donde habíamos ido a parar, salimos de
allí dejando el eco de nuestros pasos en la distancia.
Volveremos a repetir, nos
gusta el riesgo!!
Venenosos salu2 desde Crystal
Lake!!